domingo

SOMOS ANIMALES



¿Qué no?

La última vez que hablé con Toro, el Labrador negro que vive con migo, me pidió que lo dejara salir al patio porque le gusta fertilizar las rosas a la luz de la luna. No, él no es jardinero, ni poeta tampoco; él es simplemente perro, y como cualquier canino decente, le gusta su casa limpia, pues deposita sus eses fecales lejos de su residencia. Toro es un animal fenomenal sin complicaciones filosóficas, como los humanos deberíamos de ser, jamás se enamora de las perras, y fornica con cualquiera que venga con ganas.

Al parecer, en cuanto a más evolución social nos hemos sometido, más queremos ser como no se debe de ser. Comer, por ejemplo, a los cachorros humanos ya no se les quiere tolerar el contacto con las tetas de la madre como los animales ordinarios que somos. Ahora, los niños se tienen que conformar con objetos inánimes de hule, no recibir los beneficios inmunológicos de la leche materna, y desperdiciando el contacto emocional con las tetas de la madre. Pero nos sorprendemos al saber que a los adultos cada vez les está gustando más y más satisfacerse con muñecas y objetos plásticos.

En las ciudades, las pocas mujeres que aún dan de mamar a sus crías se avergüenzan de su comportamiento, como si tal cosa fuera la anormalidad. Es increíble ver madres corriendo a los baños públicos para alimentar a sus hijos. ¿Qué les parecería a los moralistas, si los mandáramos a alimentarse en los escusados? Tanto poder intelectual dedicado al descubrimiento científico, desarrollo técnico, administración monetaria y alteración de la imagen personal, y cada vez estamos más babosos con respecto a lo básico y fundamental de nuestras vidas. ¡Es absolutamente incomprensible! Nuestros primos, los simios del África Ecuatorial, no se molestan con tales cosas, simplemente se aceptan como y quienes son; lo que es más, ni siquiera piensan en eso.

La arrogancia de nuestros dirigentes civiles y religiosos se ha expandido tanto, al punto de creer que pueden mejorar la naturaleza. En vista del advenimiento del genome ¿acaso no sería simpático que un comité de políticos moralistas y profesionales religiosos diseñaran el nuevo ser humano? Me imagino que nos presentarían una masa protozoaria, semi peluda, rubia, incolora, inodora, sin genitales, ciega, sorda y muda e incapaz de placer, que consume al mínimo, trabaja incesantemente y se reproduce únicamente a voluntad eclesiástica.

Simplemente y como mero recordatorio, sobre este globito azul, desde el principio hemos sido animales, aunque entre nosotros hay quienes resemblan más a los minerales y vegetales, pero esos son casos de evolución retrograda. Ya somos perfectos dentro de la realidad natural, y la evolución nos va adaptando de acuerdo de los requisitos del ambiente. Por cuenta propia el individuo no se puede mejorar, lo único que podemos hacer es ejercitarnos físicamente, emocionalmente e intelectualmente, y nada más. ¿QUÉ MÁS PERFECCIÓN QUE ESO? Si Usted tiene alguna duda, PIENSE, pero piense haciendo a un lado los obstáculos dogmaticos de las instituciones culturales que nos dominan.

De la naturaleza sabemos muy poco, pero sí sabemos que es absoluta e implacable, y no podemos elegir algo distinto porque no hay para donde, es simple. El hombre, con su potencia intelectual, limitada como realmente es, ha creado fantasías y mitos para obscurecer la realidad, y disfrazar la inmensidad natural que no comprende y que desconoce. Desde la niñez, el sistema social nos va debilitando el ego con creencias en monstruos, Santa Claus y mitos fantásticos que se empotran en el subconsciente porque hemos entregado nuestra voluntad y el ego por pura ignorancia y debilidad. Y al final el creyente se siente inmensamente agradecido al mito cuando milagrosamente logra recobrar meras migas de su propia voluntad y potencia. Cualquier extra terrestre, a simple vista, nos consideraría tontos. Es absolutamente razonable pensar que los que saben la verdad del mito, también controlan al creyente incauto. Todos sabemos la verdad y el mito de Santa Claus; a las madres les encanta porque con eso controlan a los hijos, sin interesarles el daño social y psicológico que les causan. Desde luego, toda acción tiene reacción, y llega el momento cuando el niño se da cuenta del engaño que la propia madre ha perpetuado sobre él. A nadie le gusta que le mientan porque eso insulta nuestra inteligencia, y siempre perdemos respeto por quien lo hace, aunque sea la mera madre…